Todos ven con facilidad que esta civilización es como un tren que se dirige hacia el precipicio, y que acelera. Cuanto más acelera, más son de esperar los hurras histéricos de los borrachos del vagón-discoteca. Haría falta acercar la oreja para notar el silencio tetanizado de las mentes racionales que ya no comprenden nada, el de los angustiados que se roen las uñas y el tono de falsa serenidad en las exclamaciones intermitentes de los que juegan a las cartas, esperando. Interiormente, muchísima gente ha elegido saltar del tren, pero se mantiene en los estribos. Sigue estando apresada por muchas cosas. Se siente apresada porque así lo ha elegido, pero la decisión es lo que falta. Pues la decisión es lo que traza en el presente el modo y la posibilidad de actuar, de dar un salto que no sea al vacío. Esta decisión es la de desertar, la de salir de las filas, la de organizarse, la de hacer secesión, incluso si es de modo imperceptible, pero, en todos los casos, ahora.